Las torcas, profundos hundimientos en la superficie de la tierra, han sido durante mucho tiempo motivo de preocupación y de estudio, con el fin de descubrir, o en un intento buscar al menos, alguna explicación lógica sobre la causa que las produjo, no ajena a suposiciones mágicas y a fuerzas indeterminadas de tipo extranatural, que tan sólo sirvieron para cristalizar en hermosas leyendas que, poco a poco, han ido desapareciendo del decir de las gentes.
Hace más de un siglo que los geólogos descartaron toda posibilidad de que aquellas tremendas hondonadas fueran, como alguien dijo, cráteres apagados de algún supuesto volcán, o producto de fuerzas extrañas a las de la Naturaleza, sobre las que la opinión de las gentes en los pueblos vecinos habían descargado el hecho. La razón que da luz al verdadero origen de Las Torcas es algo más complicada quizás, pero también mucho más esclarecedora, a la que la ciencia moderna ha prestado en todo momento su aprobación.
Fueron, sin duda, las aguas subterráneas las que, desde el lejano día de la Creación, y en labor constante de disolución sobre la masa caliza del subsuelo, dieron lugar a tremendas cavidades que al transcurso de muchos siglos de erosión se encontraron, al fin, con una capa superior dura e impermeable, sin el suficiente apoyo en su base como para poderse sostener por sí sola en un determinado momento. Ello produjo, en tiempo inmemorial, una serie de sucesivos hundimientos del terreno, factibles de poderse repetir en cualquier época ‑incluso en la nuestra‑, contando con que las aguas subterráneas siguen calladamente su labor de desgaste, como así lo confirma el hecho ocurrido en marzo de 1927, cuando un campesino del lugar de La Frontera, fue testigo presencial de la súbita desaparición de una viña que se tragó la tierra.
Si con posterioridad a la formación de la torca, coincide que una corriente de agua inunda el barranco a que dio lugar, se forma entonces una torca semejante a una laguna de las que, a diferencia de las secas que hay en el lugar de Los Palancares, hay media docena de ellas que admirar en las proximidades del pueblo de Cañada del Hoyo. Bellísimos anfiteatros de fondo azul, donde la gente se baña a placer en los días de verano, con la brisa suave del pinar refrescando sus cuerpos y soplando sobre sus cabezas.
Las torcas secas tienen por lo general en el fondo abundante vegetación de pinos, dándose asimismo otras especies arbóreas distintas de aquellas, que suele favorecer la humedad y mantiene la sombra, a veces permanente, de los barrancos, entre las que se pueden contar los avellanos, las aliagas, la simple maleza o la hierba para pastos, lo que ha dado lugar en determinados casos al nombre actual por el que comúnmente se las conoce:
El Prado, la Aliaga, la Torca de las Avellanas. Otras, en cambio, suelen llevar por nombre el de las personas que las descubrieron, o el de aquellas que por accidente en los rigurosos inviernos de la Serranía, hubieran podido sucumbir despeñadas en su interior o sepultadas por algún alud, si no en cualquiera de sus frecuentes ventisqueros de nieve. Así podrían contarse entre otras las torcas del Tío Agustín la del Tío Señas, la del Tío Joaquín o la del Sastre. En ciertos casos fue su tamaño quien determinó el nombre, el Torcazo y el Torquete. Tambien se tuvo en cuenta al pensar en su nombre, la disposición o forma del barranco, tal como ocurre con la Torca Larga, el Medio Celemín, la Torca Honda, Las Mellizas, La Bañera, La Escaleruela, La Llanilla o la Torca Rubia, aunque tampoco se descarta que la leyenda, o algún acontecimiento especial ahora desconocido, pudiera haber dado motivo al nombre que tiene; es el caso de la torca llamada de La Novia o la Torca del Lobo. No obstante, en cualquiera de ellas hizo presa la fantasía por parte de pastores y de leñadores de otro tiempo, sin que a ninguna le falte su capítulo correspondiente de misterios y desapariciones que los más ancianos de los pueblos vecinos suelen referir con emoción todavía.
Resulta impresionante, en la tremenda soledad de aquellos barrancos, escuchar el restallido del eco que va y que viene de pared en pared, de peña en peña, o el susurro al caer del agua de sus fuentes, como sucede en la conocida Torca del Agua.
(De mi guía de turismo “La Serranía de Cuenca”. Editorial Aache, 1992)
Hace más de un siglo que los geólogos descartaron toda posibilidad de que aquellas tremendas hondonadas fueran, como alguien dijo, cráteres apagados de algún supuesto volcán, o producto de fuerzas extrañas a las de la Naturaleza, sobre las que la opinión de las gentes en los pueblos vecinos habían descargado el hecho. La razón que da luz al verdadero origen de Las Torcas es algo más complicada quizás, pero también mucho más esclarecedora, a la que la ciencia moderna ha prestado en todo momento su aprobación.
Fueron, sin duda, las aguas subterráneas las que, desde el lejano día de la Creación, y en labor constante de disolución sobre la masa caliza del subsuelo, dieron lugar a tremendas cavidades que al transcurso de muchos siglos de erosión se encontraron, al fin, con una capa superior dura e impermeable, sin el suficiente apoyo en su base como para poderse sostener por sí sola en un determinado momento. Ello produjo, en tiempo inmemorial, una serie de sucesivos hundimientos del terreno, factibles de poderse repetir en cualquier época ‑incluso en la nuestra‑, contando con que las aguas subterráneas siguen calladamente su labor de desgaste, como así lo confirma el hecho ocurrido en marzo de 1927, cuando un campesino del lugar de La Frontera, fue testigo presencial de la súbita desaparición de una viña que se tragó la tierra.
Si con posterioridad a la formación de la torca, coincide que una corriente de agua inunda el barranco a que dio lugar, se forma entonces una torca semejante a una laguna de las que, a diferencia de las secas que hay en el lugar de Los Palancares, hay media docena de ellas que admirar en las proximidades del pueblo de Cañada del Hoyo. Bellísimos anfiteatros de fondo azul, donde la gente se baña a placer en los días de verano, con la brisa suave del pinar refrescando sus cuerpos y soplando sobre sus cabezas.
Las torcas secas tienen por lo general en el fondo abundante vegetación de pinos, dándose asimismo otras especies arbóreas distintas de aquellas, que suele favorecer la humedad y mantiene la sombra, a veces permanente, de los barrancos, entre las que se pueden contar los avellanos, las aliagas, la simple maleza o la hierba para pastos, lo que ha dado lugar en determinados casos al nombre actual por el que comúnmente se las conoce:
El Prado, la Aliaga, la Torca de las Avellanas. Otras, en cambio, suelen llevar por nombre el de las personas que las descubrieron, o el de aquellas que por accidente en los rigurosos inviernos de la Serranía, hubieran podido sucumbir despeñadas en su interior o sepultadas por algún alud, si no en cualquiera de sus frecuentes ventisqueros de nieve. Así podrían contarse entre otras las torcas del Tío Agustín la del Tío Señas, la del Tío Joaquín o la del Sastre. En ciertos casos fue su tamaño quien determinó el nombre, el Torcazo y el Torquete. Tambien se tuvo en cuenta al pensar en su nombre, la disposición o forma del barranco, tal como ocurre con la Torca Larga, el Medio Celemín, la Torca Honda, Las Mellizas, La Bañera, La Escaleruela, La Llanilla o la Torca Rubia, aunque tampoco se descarta que la leyenda, o algún acontecimiento especial ahora desconocido, pudiera haber dado motivo al nombre que tiene; es el caso de la torca llamada de La Novia o la Torca del Lobo. No obstante, en cualquiera de ellas hizo presa la fantasía por parte de pastores y de leñadores de otro tiempo, sin que a ninguna le falte su capítulo correspondiente de misterios y desapariciones que los más ancianos de los pueblos vecinos suelen referir con emoción todavía.
Resulta impresionante, en la tremenda soledad de aquellos barrancos, escuchar el restallido del eco que va y que viene de pared en pared, de peña en peña, o el susurro al caer del agua de sus fuentes, como sucede en la conocida Torca del Agua.
(De mi guía de turismo “La Serranía de Cuenca”. Editorial Aache, 1992)
2 comentarios:
Hola,somos Esther Celma y Tony Flores de Collbatò,Barcelona.Le agradeceríamos su autorizaciòn para poner un enlace a su artìculo del día 31-01-2009 "La escultura funeraria en Guadalajara",en nuestro blog "Imatges de pedra i silenci" sobre Arte Funerario.Gracias por su atención.
Despues de mucho tiempo sin comentar en tu otro blog "ANDAR, VER Y CONTAR". hoy buscando en Google fotos de las torcas he dado con este tu blog.
Me ha gustado tu entrada y me permito copiarla para mi blog de LAGUNASECA, eso si con tu nombre y la dirección.
Si te molesta dímelo y lo retiro.
Un saludo.
Josefina
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