Durante los meses de febrero y marzo del año 2006 publiqué en el diario “Nueva Alcarria” un estudio, creo que interesante, acerca de la Batalla de Guadalajara; aquel sonado enfrentamiento de la Guerra Civil entre españoles que costó tantas vidas, que retrasó el final de la guerra, y que el tiempo, sabio como es, se está encargando de convertir en historia.
En la presente, y en otras páginas sucesivas, vuelvo a entregar a los lectores todo lo que allí escribí, con el fin de informarles acerca de aquellos días terribles, de sus consecuencias, y de influir en el ánimo de los españoles, si es que fuera posible, para que acontecimientos como aquellos no vuelvan a repetirse.
LA BATALLA DE GUADALAJARA
Hace tiempo que me pregunto por qué no me informaba a fondo y le clavaba el diente, de una vez por todas, a un asunto que tuvo tanta repercusión mundial, y del que fue el campo de Guadalajara con algunas de sus villas y lugares el escenario en donde los hechos de aquella semana terrible se produjeron. Hechos que quedaron registrados en la Historia Militar del Mundo, y que ahí están, dando el nombre de esta provincia a una batalla, singular por las circunstancias que en ella concurrieron, y que trajo como consecuencia principal que la Guerra de España se prolongase por dos años más, con todo el bagaje de muertes injustas e injustificadas, de odio y de desolación, que una guerra de aquel calibre llevaría consigo.
Van a cumplirse sesenta y nueve años de aquel horrible enfrentamiento que el mundo conoce como la Batalla de Guadalajara. No sé si es mucho o es poco el tiempo transcurrido desde entonces como para que las heridas de la guerra hayan cicatrizado lo suficiente después de dos o de tres generaciones, y que todo lo que entonces sucedió se haya asentado en las páginas de la Historia como una pincelada más del doloroso lienzo que comenzó a pintarse en el Paraíso Terrenal y que sigue sin concluir desde que el mundo es mundo, cada vez de manera más sofisticada, más universal y más cruel.
He leído mucho durante los dos últimos meses acerca de aquella sangrienta batalla. He procurado informarme lo mejor que me ha sido posible. He bebido agua amarga en fuentes de las dos tendencias: simpatizantes con el bando nacional unos, y más afines al bando republicano otros. Bien es cierto que, aparte apreciaciones visiblemente partidistas y simpatías por uno u otro bando, todos coinciden en lo fundamental del hecho bélico: discrepan en cifras, en posturas de unos y de otros, pero están de acuerdo en todo lo demás, es decir en el resultado y en las circunstancias especiales que coincidieron en los combates, en la bravura y el desprecio a la vida de propios y de extraños, que en el campo de Guadalajara rayó a niveles muy altos, lo cual facilita la labor en buena parte cuando tanto tiempo después se toma pluma y papel para contar a los guadalajareños de hoy algo tan importante como que aquí hubo una batalla de la que nadie habla ya, pero que no por eso deja de ser algo fundamental en nuestra Historia, en la de Historia de Guadalajara que por razones obvias la gente debe conocer.
Ni qué decir que pretendo buscar el más absoluto equilibrio al referirme a los hechos, no sólo en lo que pueda contar hoy, que más bien será poco, sino en lo que queda por escribir en este montón de cuartillas dispuestas para rellenar, huyendo de toda visión subjetiva por dos razones principalmente: primero, porque el tiempo transcurrido me parece suficiente como para no herir susceptibilidades, y segundo, porque como autor responsable de lo que aquí se pueda decir, confieso que durante aquella semana del mes de marzo de 1937, y aun por años después, no contaba ni siquiera como proyecto en el mundo de los vivos.
Procuraré incluir como aportación gráfica alguna fotografía de muy baja calidad por cierto, pero tomadas entonces y allí, que he podido extraer de algunos trabajos, italianos varios de ellos, y de las que se conservan en el archivo de imágenes de la Guerra Civil en la Biblioteca Nacional. Supla el interés de las escenas representadas a la deficiente calidad de algunas de las que irán apareciendo, que no sólo han sido un descubrimiento para mí, sino un verdadero tesoro.
En el proceso de la Batalla de Guadalajara, incluso en su resultado, tuvieron mucho que ver la climatología y especial condición del terreno: campo llano, bosques de encinas, composición arcillosa de las tierras por las que rodaron los tanques, patinaron los cañones y murieron los hombres…, y la lluvia, la lluvia que embarra los campos haciéndolos intransitables, enfría los cuerpos y los espíritus, sin que jamás se la pueda dejar por indiferente.
Dicho todo esto, y pudiendo adelantar que serán cuatro las semanas consecutivas que dedicaré a un tema tan propio y tan interesante, nos disponemos a entrar en materia.
* * * * * *
Días antes las cuentas no le habían salido bien al ejército franquista en los valles del Jarama; costó muchas vidas sin que con aquel duro enfrentamiento se hubiese resuelto nada a favor de un bando ni del otro. Sería éste el tercer intento de tomar Madrid con un anillo de fuerzas alrededor hasta que se rindiera obligado por el hambre y la miseria. No obstante, las fuerzas nacionales conservaban aún parte el optimismo que les produjo la toma fácil de la ciudad de Málaga en fechas todavía recientes y el avance, sin demasiadas complicaciones, de la División Soria mandada por el general Moscardó, que se aproximaba por el ala derecha tomando pueblos y ocupando importantes espacios de la Alcarria Alta.
Era el día 8 de marzo del 37. Los odios por una y otra parte habían venido tomando cuerpo desde hacía ya ocho meses que estalló la guerra, siendo el balance hasta aquel momento la muerte de cientos de miles de víctimas inocentes y más de media España asolada y baldía, sin demasiadas esperanzas de que el conflicto entre españoles pudiera terminar en un espacio de tiempo más o menos corto. Eran los desmanes de una guerra en la que, como siempre, fueron muchos los que perdieron y muy pocos los que ganaron a costa del sufrimiento de los demás. En España, entre los tres años del conflicto y los que cayeron después en las cárceles una vez terminada la guerra, se aproximo bastante la matanza al millón de compatriotas, muchos de ellos religiosos o idealistas, campesinos y gentes de bien, que muy poco tenían que ver con los intereses que allí se dilucidaban. Las guerras son desde tiempos muy antiguos la peor de las plagas que un país puede sufrir, y la que padeció el nuestro fue un ejemplo demasiado sangrante que conviene olvidar, pero que deberá servirnos de lección a perpetuidad -confiamos en que sí- para que no se repita en nuestro suelo nada semejante, ni siquiera tampoco su sombra. En el caso concreto al que aquí nos referimos, los muertos también se contaron por millares, si bien españoles fueron los menos e italianos los más, lo que en modo alguno nos puede servir de consuelo.
Los ejércitos nacionales contaban con que todo se resolvería con una victoria rápida, y no fue, por ello, la discreción su mejor aporte al duro enfrentamiento que tendría lugar precisamente aquí, en parajes tan próximos a nosotros que años después ponemos delante de los ojos, sin pararnos a pensar que tiempo atrás aquellas tierras fueron insaciables esponjas empapadoras de sangre.
El general Miaja, jefe del estado Mayor Republicano, supo muy bien de los preparativos del adversario por noticias que le llegaban de todas partes, y tomó las medidas oportunas desde Madrid ordenando que se hiciesen obras de fortificación entre las vegas del Henares y del Tajuña, con nidos de ametralladoras protegidos para consolidar sus líneas. Por su parte el ejército franquista, ya en aquel momento, había situado su fuerza en puntos estratégicos de la Alcarria y del Valle del Henares.
Los efectivos con los que contaba el ejército nacional al iniciarse aquella trágica semana estaban formados por:
- La división Soria al mando del general Moscardó, cuya misión en un principio no era otra que la de forzar, siguiendo más o menos la dirección de la vega del Henares y la vía del ferrocarril, los duros pasos de Jadraque, romper con ímpetu el flanco izquierdo del enemigo, y facilitar la marcha del Cuerpo de Tropas Voluntarias (El CTV italiano) a lo largo de la carretera de Francia (Ahora autovía).
- La Segunda División Voluntaria “Fiame Nere” o Llamas Negras, enviada por Mussolini al mando del general Coppi. Situada en las inmediaciones de Torremocha del Campo y pueblos adyacentes. Ante la posterior dificultad para el avance por la carretera general, sería reforzada con dos grupos más de batallones, el 4º y el 5º, mas dos compañías de tanques ligeros y tres grupos de artillería ligera.
- La Tercera División Voluntaria “Penne Nere” o Plumas Negras, que se situó algo más allá, entre las comarcas de Aguilar de Anguita y de Medinaceli; reforzada luego con dos compañías más de carros blindados, una de moto-ametralladoras, cuatro grupos de artillería y dos baterías de 20 mm. Su misión era seguir a la división Segunda y sustituirla en el ataque una vez que se hubiera conseguido la ruptura del frente enemigo, ocupar la carretera que va desde Almadrones a Brihuega, y ocupar aquella importante villa de la Alcarria.
- Las Divisiones Littorio, al mando del general Anibale Bergonzoli y Primera Dio lo vuole” del general Rossi, quedaban de momento como reserva, a disposición del Mando nacional del Cuerpo del Ejército.
(Continuará)
En la presente, y en otras páginas sucesivas, vuelvo a entregar a los lectores todo lo que allí escribí, con el fin de informarles acerca de aquellos días terribles, de sus consecuencias, y de influir en el ánimo de los españoles, si es que fuera posible, para que acontecimientos como aquellos no vuelvan a repetirse.
LA BATALLA DE GUADALAJARA
Hace tiempo que me pregunto por qué no me informaba a fondo y le clavaba el diente, de una vez por todas, a un asunto que tuvo tanta repercusión mundial, y del que fue el campo de Guadalajara con algunas de sus villas y lugares el escenario en donde los hechos de aquella semana terrible se produjeron. Hechos que quedaron registrados en la Historia Militar del Mundo, y que ahí están, dando el nombre de esta provincia a una batalla, singular por las circunstancias que en ella concurrieron, y que trajo como consecuencia principal que la Guerra de España se prolongase por dos años más, con todo el bagaje de muertes injustas e injustificadas, de odio y de desolación, que una guerra de aquel calibre llevaría consigo.
Van a cumplirse sesenta y nueve años de aquel horrible enfrentamiento que el mundo conoce como la Batalla de Guadalajara. No sé si es mucho o es poco el tiempo transcurrido desde entonces como para que las heridas de la guerra hayan cicatrizado lo suficiente después de dos o de tres generaciones, y que todo lo que entonces sucedió se haya asentado en las páginas de la Historia como una pincelada más del doloroso lienzo que comenzó a pintarse en el Paraíso Terrenal y que sigue sin concluir desde que el mundo es mundo, cada vez de manera más sofisticada, más universal y más cruel.
He leído mucho durante los dos últimos meses acerca de aquella sangrienta batalla. He procurado informarme lo mejor que me ha sido posible. He bebido agua amarga en fuentes de las dos tendencias: simpatizantes con el bando nacional unos, y más afines al bando republicano otros. Bien es cierto que, aparte apreciaciones visiblemente partidistas y simpatías por uno u otro bando, todos coinciden en lo fundamental del hecho bélico: discrepan en cifras, en posturas de unos y de otros, pero están de acuerdo en todo lo demás, es decir en el resultado y en las circunstancias especiales que coincidieron en los combates, en la bravura y el desprecio a la vida de propios y de extraños, que en el campo de Guadalajara rayó a niveles muy altos, lo cual facilita la labor en buena parte cuando tanto tiempo después se toma pluma y papel para contar a los guadalajareños de hoy algo tan importante como que aquí hubo una batalla de la que nadie habla ya, pero que no por eso deja de ser algo fundamental en nuestra Historia, en la de Historia de Guadalajara que por razones obvias la gente debe conocer.
Ni qué decir que pretendo buscar el más absoluto equilibrio al referirme a los hechos, no sólo en lo que pueda contar hoy, que más bien será poco, sino en lo que queda por escribir en este montón de cuartillas dispuestas para rellenar, huyendo de toda visión subjetiva por dos razones principalmente: primero, porque el tiempo transcurrido me parece suficiente como para no herir susceptibilidades, y segundo, porque como autor responsable de lo que aquí se pueda decir, confieso que durante aquella semana del mes de marzo de 1937, y aun por años después, no contaba ni siquiera como proyecto en el mundo de los vivos.
Procuraré incluir como aportación gráfica alguna fotografía de muy baja calidad por cierto, pero tomadas entonces y allí, que he podido extraer de algunos trabajos, italianos varios de ellos, y de las que se conservan en el archivo de imágenes de la Guerra Civil en la Biblioteca Nacional. Supla el interés de las escenas representadas a la deficiente calidad de algunas de las que irán apareciendo, que no sólo han sido un descubrimiento para mí, sino un verdadero tesoro.
En el proceso de la Batalla de Guadalajara, incluso en su resultado, tuvieron mucho que ver la climatología y especial condición del terreno: campo llano, bosques de encinas, composición arcillosa de las tierras por las que rodaron los tanques, patinaron los cañones y murieron los hombres…, y la lluvia, la lluvia que embarra los campos haciéndolos intransitables, enfría los cuerpos y los espíritus, sin que jamás se la pueda dejar por indiferente.
Dicho todo esto, y pudiendo adelantar que serán cuatro las semanas consecutivas que dedicaré a un tema tan propio y tan interesante, nos disponemos a entrar en materia.
* * * * * *
Días antes las cuentas no le habían salido bien al ejército franquista en los valles del Jarama; costó muchas vidas sin que con aquel duro enfrentamiento se hubiese resuelto nada a favor de un bando ni del otro. Sería éste el tercer intento de tomar Madrid con un anillo de fuerzas alrededor hasta que se rindiera obligado por el hambre y la miseria. No obstante, las fuerzas nacionales conservaban aún parte el optimismo que les produjo la toma fácil de la ciudad de Málaga en fechas todavía recientes y el avance, sin demasiadas complicaciones, de la División Soria mandada por el general Moscardó, que se aproximaba por el ala derecha tomando pueblos y ocupando importantes espacios de la Alcarria Alta.
Era el día 8 de marzo del 37. Los odios por una y otra parte habían venido tomando cuerpo desde hacía ya ocho meses que estalló la guerra, siendo el balance hasta aquel momento la muerte de cientos de miles de víctimas inocentes y más de media España asolada y baldía, sin demasiadas esperanzas de que el conflicto entre españoles pudiera terminar en un espacio de tiempo más o menos corto. Eran los desmanes de una guerra en la que, como siempre, fueron muchos los que perdieron y muy pocos los que ganaron a costa del sufrimiento de los demás. En España, entre los tres años del conflicto y los que cayeron después en las cárceles una vez terminada la guerra, se aproximo bastante la matanza al millón de compatriotas, muchos de ellos religiosos o idealistas, campesinos y gentes de bien, que muy poco tenían que ver con los intereses que allí se dilucidaban. Las guerras son desde tiempos muy antiguos la peor de las plagas que un país puede sufrir, y la que padeció el nuestro fue un ejemplo demasiado sangrante que conviene olvidar, pero que deberá servirnos de lección a perpetuidad -confiamos en que sí- para que no se repita en nuestro suelo nada semejante, ni siquiera tampoco su sombra. En el caso concreto al que aquí nos referimos, los muertos también se contaron por millares, si bien españoles fueron los menos e italianos los más, lo que en modo alguno nos puede servir de consuelo.
Los ejércitos nacionales contaban con que todo se resolvería con una victoria rápida, y no fue, por ello, la discreción su mejor aporte al duro enfrentamiento que tendría lugar precisamente aquí, en parajes tan próximos a nosotros que años después ponemos delante de los ojos, sin pararnos a pensar que tiempo atrás aquellas tierras fueron insaciables esponjas empapadoras de sangre.
El general Miaja, jefe del estado Mayor Republicano, supo muy bien de los preparativos del adversario por noticias que le llegaban de todas partes, y tomó las medidas oportunas desde Madrid ordenando que se hiciesen obras de fortificación entre las vegas del Henares y del Tajuña, con nidos de ametralladoras protegidos para consolidar sus líneas. Por su parte el ejército franquista, ya en aquel momento, había situado su fuerza en puntos estratégicos de la Alcarria y del Valle del Henares.
Los efectivos con los que contaba el ejército nacional al iniciarse aquella trágica semana estaban formados por:
- La división Soria al mando del general Moscardó, cuya misión en un principio no era otra que la de forzar, siguiendo más o menos la dirección de la vega del Henares y la vía del ferrocarril, los duros pasos de Jadraque, romper con ímpetu el flanco izquierdo del enemigo, y facilitar la marcha del Cuerpo de Tropas Voluntarias (El CTV italiano) a lo largo de la carretera de Francia (Ahora autovía).
- La Segunda División Voluntaria “Fiame Nere” o Llamas Negras, enviada por Mussolini al mando del general Coppi. Situada en las inmediaciones de Torremocha del Campo y pueblos adyacentes. Ante la posterior dificultad para el avance por la carretera general, sería reforzada con dos grupos más de batallones, el 4º y el 5º, mas dos compañías de tanques ligeros y tres grupos de artillería ligera.
- La Tercera División Voluntaria “Penne Nere” o Plumas Negras, que se situó algo más allá, entre las comarcas de Aguilar de Anguita y de Medinaceli; reforzada luego con dos compañías más de carros blindados, una de moto-ametralladoras, cuatro grupos de artillería y dos baterías de 20 mm. Su misión era seguir a la división Segunda y sustituirla en el ataque una vez que se hubiera conseguido la ruptura del frente enemigo, ocupar la carretera que va desde Almadrones a Brihuega, y ocupar aquella importante villa de la Alcarria.
- Las Divisiones Littorio, al mando del general Anibale Bergonzoli y Primera Dio lo vuole” del general Rossi, quedaban de momento como reserva, a disposición del Mando nacional del Cuerpo del Ejército.
(Continuará)
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