Tomando como referencia el arte medieval, es sin duda el Románico el punto de interés más destacable de toda la provincia de Guadalajara, como recuerdo en piedra noble de la piedad cristiana de las gentes que, durante los siglos XII y XIII, ocuparon estas tierras.
Basta recorrer de pasada los distintos lugares y villas, importantes o no, incluso los deshabitados, para encontrarse con una portada, un rosetón, un arco, un ventanal o un atrio porticado característico del estilo cluniacense que privó por casi toda Europa en aquellos tiempos. Las formas en arcada de medio punto, con su peculiar juego de archivoltas apoyadas sobre capiteles foliados o geométricos, son algo tan característico de los pueblos guadalajareños que, en su variedad rural sobre todo, parecen parte connatural con el entorno geográfico y con su primitiva manera de ser y de vivir. Sin duda es la de Guadalajara una de las provincias castellanas más afortunadas en reminiscencias del arte medieval en este estilo, por cuanto a maneras arquitectónicas se refiere.
Haciendo referencia sólo a una mínima parte de los cincuenta o más monumentos en los que queda clara señal del arte Románico, justo es enumerar los siguientes:
La Catedral de Sigüenza, comenzada en 1150, se enseñorea de su estilo octocentenario en la cabecera y crucero, sin contar las tres portadas en bocina que evocan la severa personalidad del obispo don Bernardo de Agén; Carabias, con su estrecho, sencillo y a un tiempo extraordinario pórtico del XII; Campisábalos, con doble portada románica en su iglesia y un singular mensario del mismo estilo a lo largo del muro sur en la llamada Capilla de Sangalindo; Villacadima, pueblo ruinoso y solitario, posee una de las portadas más bellas del siglo XII que se conserva milagrosamente; Albendiego, el pueblecito anclado entre álamos en el Valle del Bornova, donde se lucen las bellas celosías del Románico ornamental en los ventanales de la ermita de Santa Coloma; Atienza, Muestrario perpetuo de estas formas arquitectónicas en portadas como la de Santa María del Rey, o la todavía más antigua de Santa María del Val fechada en 1147, y ventanales de finas columnatas y capiteles foliados en San Gil y La Trinidad, o el incomparable pórtico arqueado de la iglesia de San Bartolomé.
Llegaríamos después a Sauca, para contemplar su pórtico recientemente restaurado; o Pinilla de Jadraque, con bellas escenas bíblicas esculpidas sobre los capiteles del atrio de su iglesia; o la modesta doble arcada de la iglesia de Cubillas, para acabar en Beleña de Sorbe y admirar, durante el tiempo que fuera preciso, el original mensuario que adorna como motivo principal el arco de su iglesia medio hundida.
La Alcarria se torna románica en Aldeanueva de Guadalajara, con su severa iglesia parroquial de oscuro interior de ladrillo; en Cifuentes -portada Oeste de la parroquia- con multitud de figurillas en relieve recorriendo las distintas arcadas; en Henche, con bella portada del siglo XIII que anuncia la transición; en Brihuega, iglesias de San Felipe y San Miguel; en Córcoles; en el ahora cementerio de Albalate de Zorita, herencia de los caballeros Templarios; en los despojos del monasterio de Óvila; en La Puerta, Abánades, Escopete, Millana, Alcocer...
Por tierras de Molina se abre ante los ojos el monasterio de Santa Clara con su magnífica portada, el de Buenafuente del Sistal, las iglesias de Poveda de la Sierra, de Rueda, de Labros; la antiquísima ermita de Santa Catalina en Hinojosa, etc.
Mientras que en la Campiña, para no desmerecer, se acentúa el interés por el gusto Románico en la iglesia de El Cubillo; en el cementerio de Uceda, antigua iglesia de La Varga, y lo poco que pervive del monasterio de Bonaval, en las proximidades de Retiendas, apuntando ya las nuevas maneras del estilo ojival que llegaría poco más tarde.
Por su excepcional importancia, el arte Románico en Guadalajara merecería, aún dentro de los límites de lo breve, una extensión de la que aquí no se dispone. En cualquier caso, pueden estudiarse los valiosos trabajos de investigación y catálogo sobre este particular que en su día elaboró el doctor Layna Serrano, así como otros sobre el particular que se han ido publicando en años posteriores. Si bien, lo más aconsejable es conocer in situ los monumentos con una documentación previa.
Basta recorrer de pasada los distintos lugares y villas, importantes o no, incluso los deshabitados, para encontrarse con una portada, un rosetón, un arco, un ventanal o un atrio porticado característico del estilo cluniacense que privó por casi toda Europa en aquellos tiempos. Las formas en arcada de medio punto, con su peculiar juego de archivoltas apoyadas sobre capiteles foliados o geométricos, son algo tan característico de los pueblos guadalajareños que, en su variedad rural sobre todo, parecen parte connatural con el entorno geográfico y con su primitiva manera de ser y de vivir. Sin duda es la de Guadalajara una de las provincias castellanas más afortunadas en reminiscencias del arte medieval en este estilo, por cuanto a maneras arquitectónicas se refiere.
Haciendo referencia sólo a una mínima parte de los cincuenta o más monumentos en los que queda clara señal del arte Románico, justo es enumerar los siguientes:
La Catedral de Sigüenza, comenzada en 1150, se enseñorea de su estilo octocentenario en la cabecera y crucero, sin contar las tres portadas en bocina que evocan la severa personalidad del obispo don Bernardo de Agén; Carabias, con su estrecho, sencillo y a un tiempo extraordinario pórtico del XII; Campisábalos, con doble portada románica en su iglesia y un singular mensario del mismo estilo a lo largo del muro sur en la llamada Capilla de Sangalindo; Villacadima, pueblo ruinoso y solitario, posee una de las portadas más bellas del siglo XII que se conserva milagrosamente; Albendiego, el pueblecito anclado entre álamos en el Valle del Bornova, donde se lucen las bellas celosías del Románico ornamental en los ventanales de la ermita de Santa Coloma; Atienza, Muestrario perpetuo de estas formas arquitectónicas en portadas como la de Santa María del Rey, o la todavía más antigua de Santa María del Val fechada en 1147, y ventanales de finas columnatas y capiteles foliados en San Gil y La Trinidad, o el incomparable pórtico arqueado de la iglesia de San Bartolomé.
Llegaríamos después a Sauca, para contemplar su pórtico recientemente restaurado; o Pinilla de Jadraque, con bellas escenas bíblicas esculpidas sobre los capiteles del atrio de su iglesia; o la modesta doble arcada de la iglesia de Cubillas, para acabar en Beleña de Sorbe y admirar, durante el tiempo que fuera preciso, el original mensuario que adorna como motivo principal el arco de su iglesia medio hundida.
La Alcarria se torna románica en Aldeanueva de Guadalajara, con su severa iglesia parroquial de oscuro interior de ladrillo; en Cifuentes -portada Oeste de la parroquia- con multitud de figurillas en relieve recorriendo las distintas arcadas; en Henche, con bella portada del siglo XIII que anuncia la transición; en Brihuega, iglesias de San Felipe y San Miguel; en Córcoles; en el ahora cementerio de Albalate de Zorita, herencia de los caballeros Templarios; en los despojos del monasterio de Óvila; en La Puerta, Abánades, Escopete, Millana, Alcocer...
Por tierras de Molina se abre ante los ojos el monasterio de Santa Clara con su magnífica portada, el de Buenafuente del Sistal, las iglesias de Poveda de la Sierra, de Rueda, de Labros; la antiquísima ermita de Santa Catalina en Hinojosa, etc.
Mientras que en la Campiña, para no desmerecer, se acentúa el interés por el gusto Románico en la iglesia de El Cubillo; en el cementerio de Uceda, antigua iglesia de La Varga, y lo poco que pervive del monasterio de Bonaval, en las proximidades de Retiendas, apuntando ya las nuevas maneras del estilo ojival que llegaría poco más tarde.
Por su excepcional importancia, el arte Románico en Guadalajara merecería, aún dentro de los límites de lo breve, una extensión de la que aquí no se dispone. En cualquier caso, pueden estudiarse los valiosos trabajos de investigación y catálogo sobre este particular que en su día elaboró el doctor Layna Serrano, así como otros sobre el particular que se han ido publicando en años posteriores. Si bien, lo más aconsejable es conocer in situ los monumentos con una documentación previa.
(En la fotografía, pórtico de la iglesia de Sauca)
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