Digo más porque se trata de la tercera ocasión, que yo recuerde, que vuelvo sobre el tema desde el otoño del 86 que anduve por allí la primera vez y tuve noticia del asunto. Es verdad que las circunstancias que se dan en la vida, extrañas, caprichosas, y tantas veces fatales, la tomaron con nuestro patrimonio durante el pasado siglo; y así, palacios, monasterios, iglesias, obras de arte de extraordinario valor que fueron parte de nuestra riqueza por siglos y generaciones, resulta que apenas quedan en el recuerdo de los mayores y en algunos trabajos de nuestros cronistas como páginas rotas del libro de nuestra cultura autóctona, y no precisamente a título de reivindicación, porque ante lo ya perdido no hay nada que reivindicar, sino para que quede escrito en nuestra conciencia que Guadalajara, en las cuatro direcciones de su mapa provincial fue toda un museo, una exposición variadísima de elementos únicos, de los que hoy todavía nos queda una buena muestra que el público debiera conocer, y sobre todo el público que vive aquí, nosotros mismos, tan dados a saltar fronteras en busca de impresiones nuevas sin habernos planteado siquiera conocer lo que tenemos dentro, y que sigue siendo mucho aunque en otro tiempo tuvimos más. El siglo XX, siguiendo con empeño la ristra de fatalidades del anterior, fue el siglo de nuestro expolio, y sobre ello, con toda la indignación e impotencia que el caso exige, volvemos a insistir.
Como admirador incondicional de la obra del Greco, se me remueve en las celdillas del alma con bastante frecuencia la falta de aquel valioso tesoro que durante dos siglos se guardo en la iglesia de Almadrones, varios cuadros salidos de la mano, o cuando menos del taller, del pintor cretense. No fue una pérdida baladí la que sufrió el patrimonio guadalajareño con la pérdida para siempre de aquellos cuadros, sino pareja a la desaparición desgraciada de tantos retablos, de tanta imaginería, o de monasterios medievales como el de Óvila que, visto a setenta años de distancia no demuestra sino uno más de los atropellos a los que es capaz de llegar la estupidez humana cuando los auténticos valores -y los culturales siempre lo son- están por demás.
La verdad es que me he propuesto seguir la pista del Apostolado de Almadrones hasta donde me ha sido posible, y este es el momento de llegar al lector con algo más concreto de lo que le pude ofrecer en mi anterior referencia de meses atrás; pues debo decir que por lo menos tres de aquellos cuadros los he tenido delante de mis ojos en fechas muy recientes, incluso los he podido fotografiar, para que los amantes de la pintura puedan reconocerlos y para que los vecinos y amigos del pueblo al que pertenecieron sepan dónde están y puedan verlos. Son tres los que en este momento se muestran en el Museo del Prado, una ínfima porción de la obra del maestro y una tercera parte de los que hubo colgados durante dos siglos en la iglesia de Almadrones, ya que, según he podido saber, fueron nueve los que se llevaron del pueblo, creo que con intención de ponerlos a salvo de un posible saqueo durante la Guerra Civil, pero que jamas volvieron a verse ocupando su puesto en el ábside y en los muros laterales de aquella iglesia, cuando la guerra hace más de sesenta y cuatro años que termino.
Desde Almadrones los cuadros se llevaron al Fuerte militar de San Francisco en Guadalajara, lugar en el que los vio el Marqués de Lozoya y se percató -tampoco para ello se necesita ser un refinado experto- de que se trataba de un apostolado del Greco casi completo. Lo componían las figuras correspondientes a El Salvador, Santiago el Mayor, Santo Tomás, San Pablo, San Juan, San Andrés, San Lucas, San Mateo y San Simón. Dos de aquellos personajes bíblicos, San Pablo y San Lucas, no pertenecieron exactamente al grupo de los doce apóstoles elegidos por Jesucristo, pero sus figuras también contaban allí. Los expertos aseguran que su ejecución pertenece muy a la última época del pintor y que por eso faltaban algunos, pura especulación; lo que sí parece cierto es que formaban parte importante de una fundación con la que, a principios del siglo XVIII, regaló a su pueblo natal don Miguel del Olmo, obispo de Cuenca e hijo ilustre de Almadrones.
Acabada la guerra los nueve lienzos fueron limpiados y restaurados en el Museo del Prado con intención, se supone, de ser devueltos a su lugar de procedencia en la Diócesis de Sigüenza. En el año 1946, como así consta en la carteleta de presentación que los acompaña en el Museo, compro el Ministerio de Educación Nacional cuatro de ellos para que en lo sucesivo se pudiesen mostrar en donde ahora están; fueron los cuatro primeros que nombro en la anterior relación, es decir: El Salvador, Santiago el Mayor, Santo Tomás y San Pablo. Los cinco restantes se entregaron al obispado de Sigüenza y fueron vendidos y exportados al Nuevo Mundo. En museos norteamericanos están los cinco, y muy en concreto en la Fundación Clowes de Indianápolis se encuentra el que al decir de los estudiosos puede considerarse el mejor de todos: San Mateo, aunque si mi opinión personal pudiera servir para algo, debo decir que El Salvador del Museo del Prado nada tiene que envidiar a las muchas réplicas sobre el mismo tema, salidas del taller toledano de Domenico Greco, que por el mundo existen. De los cuatro cuadros que el Ministerio de Educación Nacional compró para ser expuestos en el Museo del Prado, sólo se exponen tres, juntos los tres en la misma sala. El de San Pablo no está, o por lo menos yo no lo vi colgado junto a los otros tres en mi reciente visita..
En una publicación reciente sobre la persona y la obra de D.Luis Alonso Muñoyerro, natural de Trillo y obispo que fue de Sigüenza, escrita hace años por A. de Federico Fernández, y convertida en libro por el canónigo archivero de la catedral seguntina D.Felipe Gil Peces Rata, se esclarece con la transcripción de documentos auténticos el qué y el porqué de la enajenación por parte del obispado de los cuadros del Greco. Se debió, sin duda, a una necesidad apremiante de medios económicos para poner otra vez en marcha el Seminario y proceder al arreglo de algunas iglesias dañadas o demolidas durante la Guerra Civil, entre ellas la del propio pueblo de Almadrones. Se pagó por el Apostolado incompleto un millón de pesetas, siendo titular de la diócesis como prelado, según se aclara en el informe, Mons. Pablo Gurpide; por supuesto con los permisos y aprobaciones debidas por parte del Cabildo.
Siendo así, desde luego que justificamos el hecho, al menos por cuanto a quien esto escribe se refiere. De Isabel la Católica se sabe que vendió gran parte de sus joyas para poder llevar a cabo las campañas de América. Pero tengo en contra que no se pusiera, en el caso que nos ocupa, la condición de que los cuadros no saliesen de España, motivo por el que nos seguimos lamentando.
No sé si resultará muy costoso devolver los nueve cuadros al sitio de donde desaparecieron. Me refiero, naturalmente, a reproducciones fotográficas, ahora que los modernos sistemas son capaces de hacer verdaderas maravillas en ese menester. Pienso que alguien se debería preocupar por lo menos de intentarlo. Por mi parte, sabida la pobre calidad de una pintura reproducida en tamaño de pequeña estampa, y en blanco y negro para mayor desajuste de lo que los cuadros son, es lo que con mucho gusto ofrezco a los lectores como complemento gráfico a este trabajo. Son las tres pinturas que en un tamaño aproximado a 75 x 60 (el de Santiago firmado con iniciales griegas) se muestran al publico en el museo madrileño, colgados en una de las salas que el Prado dedica al más grande de los pintores griegos que eligió nuestro país, incluso nuestra comunidad autónoma (la ciudad de Toledo) para vivir, para pintar y también para morir, después de haber enriquecido a la pintura española con una obra grandiosa.
“Nueva Alcarria”, 2004
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