jueves, 20 de noviembre de 2008

"EL AROMA DE LA TEMPLANZA"



Acabo de recibir de José Luís Muñoz un libro de viajes, de esos que invitan a caminar. El libro se titula “El aroma de la templanza”, y su contenido no es otro que el relato magistral, pausado, sustancioso, lejos de toda prisa y de todo compromiso, por la Sierra Oriental de la provincia de Cuenca, es decir, por una buena parte del antiguo partido judicial de Cañete, o lo que es lo mismo, por las tierras y los pueblos de una y de la otra vertientes del Cabriel. José Luís Muñoz, amigo lector, es el escritor de las tierras de Cuenca.
Es éste un libro magníficamente editado en tamaño de bolsillo, con abundancia de fotografías en color sobre papel cuché, tomadas por el autor del texto, y que lleva el número siete del proyecto total “Tierras de Cuenca”, con el que el autor se ha propuesto diseccionar la provincia entera en veinte retazos o subcomarcas, y presentarlos como él sabe hacerlo en otros tantos volúmenes.
José Luís Muñoz es periodista, escritor de unas cuantas decenas de libros, que un día soñó con dejar para la posteridad como herencia este proyecto, y a fe que, aunque costoso, lo va consiguiendo con reseñable acierto.
Paisajes, costumbres, pequeñas y grandes historias de aquí y de allá, quedan magníficamente reflejadas en su libro, con una protagonista exclusiva: la Provincia de Cuenca en toda su extensión y contenido: Almodóvar del Pinar, Carboneras de Guadazaón, Cardenete, Mira, Enguídanos, San Martín de Boniches, y otros lugares más, cuentan con el honor de ser requeridos aquí, y contados y descritos con la pericia y la sabia pluma de un maestro del periodismo.
Siguiendo lo que en mí es costumbre en este tipo de comentarios, transcribo como detalle unos párrafos de “El aroma de la templanza”, en los que se habla del entorno urbano de la iglesia de Carboneras.

(el detalle)

“Hay en el entorno magníficos rincones, bellísimos espacios urbanos, de enorme sabor popular y literario. La calle de la Flor rodea el edificio por su parte delantera, para empren­der de inmediato un abrupto descenso que permite al viajero contemplar la mole desde una posición inferior, abrumado por tan poderosa arquitectura. Un autobús desvencijado coe­xiste con la placa severa dedica­da a Carriedo y ambos elemen­tos definen maravillosamente el encanto de este lugar. Delante de la iglesia, un mínimo y encantador jardín forma un atrio enrejado ante la puerta principal, nada pretenciosa: un sencillo arco de medio punto. Por encima de todo, pero sin excesiva elevación, una elegante espadaña de dos huecos, de ins­piración herreriana, acoge las campanas que marcan los rit­mos eclesiales y el tiempo civil.
Por la calle Cuenca, que sale hacia las afueras, puede encon­trarse una atractiva casa que conserva el entramado exterior de madera. Por esta vía camina­mos hacia los arrabales, acari­ciando a un lado el exterior de la iglesia (el ábside queda en lo más alto) mientras al otro lado se advierte la inmensa mole del convento de dominicos. Rodeando el edificio para bus­car el exterior podemos com­prender con precisión el signifi­cado del concepto iglesia-forta­leza, al ver cómo se apoya en un poderoso muro que la hacía completamente inaccesible por este lado.”

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