La sombra del poeta León Felipe se mece sobre los campos de la Alcarria que avecinan por el cono sur las aguas del Tajo. Acabo de atravesar, sin detenerme siquiera a pisar sus calles, el pueblo de Almonacid de Zorita, una de las villas con mayor contenido histórico, monumental y humano, de todas cuantas asientan a lo largo y a lo ancho en el mapa provincial de Guadalajara.
Aun contando con la tópica diafanidad de las tierras de la Alcarria, cuando estoy lejos de él siempre me imagino a este pueblo bajo un cielo neblinoso y acerado, como un sedimento del destino anclado en los fondos de una dilatada hoya de olivar, de campos de mies, de tierras color limón que tiñen las flores gigantes de los girasoles. Hoy, no obstante, la estampa de Almonacid y la de sus tierras colindantes se muestra diferente; todo es luz por dentro y por fuera de sus históricas puertas de piedra; el cielo se nota acristalado y de un azul purísimo; a uno y a otro lado del camino el orden lo domina todo, es la calma y el endémico bienestar de la Alcarria quienes todavía, y gracias a Dios sean dadas, andan presentes por aquí. Tal vez el sol, a estas horas de la media mañana, resulte molesto; pienso que, si por un momento dejase de funcionar el motor del automóvil, se oiría el sonar de los grillos en la cuneta, el cantar de las chicharras en las copas de los árboles.
Hace muchos años -tres cuartos de siglo ya- anduvo por estos lugares, respirando los mismos aires que yo respiro y contemplando con sus ojos los mismos panoramas que alcanzan a ver los míos, un hombre simpar, el poeta León Felipe. Pocos lugares, pocos ambientes, pocos paisajes le hubieran acogido mejor de lo que lo hizo Almonacid, un pueblo donde jamás faltó un amable rincón para un poeta:
Sin embargo...
en esta tierra de España
y en un pueblo de la Alcarria
hay una casa
en la que estoy de posada
y donde tengo, prestadas,
una mesa de pino y una silla de paja.
Años antes al 1919 en que anduvo por aquí había sido cómico ambulante y presidiario por motivos económicos, y boticario de profesión a partir de entonces, que fue lo que le trajo por estos horizontes planos de nivel, al pie de la suave serrezuela de Altomira en la que no habría pensado nunca. Y aquí, con muchas horas por demás y sosiego de espíritu por demenos, afloraron los primeros versos de su vida, los latidos que dieron inicio a una existencia larga y fructífera vivida, para mal suyo y mal nuestro, fuera de España.
Nadie fue ayer
ni va hoy
ni irá mañana hacia Dios
por este camino que yo voy.
Para cada hombre guarda
un rayo nuevo de luz el sol
y un camino virgen
Dios.
Metido en la ancianidad, cuando Versos y oraciones del caminante, su primer poemario, se había perdido entre la espesa nube de un olimpo remoto y olvidado; cuando la hora de Almonacid apenas si debiera contar en los más escondidos rincones de su cerebro, el poeta en tierras de México donde pasó la mitad de su vida y le llegó la muerte, aún dejaría escrito y se publicarían después en alguna parte frases como éstas, jirones del recuerdo que a pesar de los años -casi medio siglo- quiso arrancar de las más secretas profundidades de su alma en vísperas de la hora suprema, de aquel 18 de septiembre de 1968 en que discretamente se apartó del mundo: "Un pueblo claro y hospitalario. Las gentes generosas y amables...¡Y tenía un sol! Ese sol de España que no he vuelto a encontrar en ninguna parte del mundo y que ya no veré nunca. Me hospedaron unas gentes muy buenas, con las que yo no me porté muy bien. Y ahora quiero dejarles aquí, a ellas y a aquel pueblo de Almonacid de Zorita... a toda España, éste mi último poema. La última piedra de mi zurrón de viejo pastor trashumante."
De nuevo Almonacid, sus monumentos, sus recuerdos, sus gentes, su farmacia todavía en pie que sigue siendo memoria viva del poeta. Ignoro si aún existe la ventana aquella por la que el solitario farmacéutico solía ver:
...ese pastor que va detrás de las cabras
con su enorme cayada,
esa mujer agobiada
con una carga
de leña en la espalda,
esos mendigos que vienen
arrastrando sus miserias, de Pastrana,
y esa niña que va a la escuela
de tan mala gana.
La niña -sigue el poema- que cada mañana aplastaba su naricilla chata contra el cristal, y que meses después...
en una tarde muy clara,
por esta calle tan ancha,
al través de la ventana,
vi cómo se la llevaban
en una caja muy blanca...
Hoy paso de largo extramuros de Almonacid. El pueblo queda adentro. Tiempo habrá de referirse a otros aspectos de la pequeña ciudadela de esta Alcarria del Tajo, tan renovada, tan distinta, tan acogedora como escribió el poeta muchos años antes. Un poco por razones de estricta justicia, y no menos porque el verano y la casualidad me han invitado a ello, la visión de Almonacid en estas líneas se ha hecho a través del prisma humano del poeta León Felipe; un nombre para recordar, una pluma de oro dentro de la lírica española de nuestro siglo, que encontró los caminos del arte por esta Alcarria en los que aún se adivina su sombra.
(En la fotografía, la fachada de la farmacia de Almonacid que regentó el poeta)
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