Muy poco tenido en cuenta, y hasta desconocido por muchos, fue el pintor Juan Bautista Mayno, hasta el día en que se descubrió su naturaleza española como nacido en Pastrana en el año 1581, según consta en el archivo parroquial de la iglesia colegiata de esta villa alcarreña. Y todo ello a pesar de su condición como estrella de la pintura dentro del clasicismo español, y de que muchas de sus obras son reconocidas como magistrales, y así se exponen por verdaderas joyas en algunos de los más importantes museos de España y del extranjero.
Fue grande en su tiempo este alcarreño singular, hijo de padre milanés y de madre pastranera. Tanto la crítica, como la historia de la pintura española se encargaron de ponerlo en el justo lugar que le corresponde, en el de los pintores clásicos que podrían servir de modelo a generaciones posteriores. Reproducciones en miniatura de sus mejores cuadros las hemos visto con cierta frecuencia en tarjetas de felicitación y en sellos de Correos, aprovechando esas tiradas especiales que el Servicio pone en circulación temporalmente coincidiendo con las fiestas de Navidad, para lo cual se sirve de obras llevadas al lienzo por pintores famosos; y Mayno, alcarreño de Pastrana, es uno de ellos; tal vez uno de los hijos más universales que ha dado esta tierra, y para tantos de nosotros también de los más desconocidos y desconsiderados. Todavía recuerdo con dolor, el intento fallido de dar el nombre de "Pintor Mayno", a propuesta del claustro de profesores, a uno de los colegios públicos de Guadalajara, y que los miembros de la entonces todopoderosa Asociación de Padres, apoyados por los ínclitos que a nivel provincial sostenían las riendas de la Administración -pienso que por ignorancia, más que por mala fe-, se encargaron de tirar por tierra a cambio de otro nombre impersonal de los que nada dicen y que todavía conserva, lo que nos privó de colocar en el mundo de la cultura un piloto encendido a perpetuidad, que lo situase como merece un ilustre de nuestra tierra. Guadalajara, amigo lector, sigue en deuda con aquel genio del llamado Siglo de Oro.
Nació el pintor, como ya se ha dicho, en la villa de Pastrana, cuando en tiempo de sus primeros duques ésta vivía los más altos momentos de esplendor de toda su historia. Su padre, pintor milanés, fue uno de aquellos artistas que Ruy Gómez de Silva hizo venir a Pastrana para trabajar en sus fábricas de tapices y de sedas, así como en la decoración de iglesias y estancias nobles; se llamó también Juan Bautista, el cuál, acostumbrado a estas tierras donde tomó perspectiva su futuro, por lo mucho que todavía quedaba por hacer en la Pastrana de los de Eboli, casó con Ana de Castro, hija de lugareños de la villa, y de la que nació nuestro hombre, el pintor Mayno, el que nublando con su figura la buena fama de su padre, conseguiría entrar en la historia del Arte Barroco Español como una de sus más destacadas figuras, a pesar de que su obra no fuese tan abundante en cantidad como la de otros artistas de su tiempo, y aun posteriores, si bien en calidad fue superada por muy pocos, como puede apreciarse a la vista de los testimonios que todavía quedan, y de los que el Museo del Prado será tal vez el más afortunado como poseedor de cuadros de esta singular artista, al que seguirán a distancia los museos de Grenoble, San Petersburgo, y el convento de religiosas de su villa natal.
Como hijo que era de padre italiano, y habida cuenta de que en el mundo del arte desde los inicios del Renacimiento fue Italia la verdadera escuela en cualquiera de sus manifestaciones, y muy en especial en lo referente a las artes plásticas, de las que Florencia, Roma, Venecia y Milán, son a partir de entonces auténticos museos, no debe extrañarnos que su padre lo mandase, desde muy joven, a formarse en la Italia de los grandes maestros de donde él procedía. Allí tuvo contacto con la obra de los mayores genios de su tiempo, con la de Caravaggio y Gentileschi, por ejemplo, cuya influencia se habría de notar más tarde en algunos de sus mejores lienzos.
Debió regresar a España hacia 1610, pues un año más tarde, en 1611, cuando el pintor contaba treinta años, queda constancia de que trabajó en la catedral de Toledo, y poco más tarde en el convento de dominicos de San Pedro Mártir de la capital toledana, donde pintó el magnífico retablo mayor de su iglesia y tomó el hábito de la Orden de Santo Domingo en el año 1613. Felipe III lo llamó a la Corte en el año 1620, con el encargo de que fuese maestro de dibujo de su hijo, el futuro Felipe IV. Juan Bautista Mayno murió en el convento de Santo Tomás de Madrid en el año 1649.
Sobre algunos otros cuadros de temática palaciega, siempre al servicio de la corte del rey Felipe IV y de su valido el condeduque de Olivares, como pudiera ser "La recuperación de la Bahía de Brasil", hoy en el Museo del Prado, destaca en la pintura de Mayno el tema religioso. Fueron varios los encargos que el pintor recibió de iglesias y conventos, destinados a la ornamentación de retablos, donde se nos muestra con cierta inclinación al clasicismo, si bien, como nota personal aporta a su obra unos tonos claros que lo distinguen, hasta cierto punto impropios de la pintura de su tiempo.
El retablo del convento de Dominicos de Toledo y el de religiosas de Pastrana, de los que ya se habló, fueron trabajos realizados durante los años inmediatos a su regreso de Italia. Los lienzos en gran tamaño de la "Adoración de los Pastores" y de la "Adoración de los Reyes", sin duda los más conocidos de toda la obra del pintor, unidos a "La Resurrección" y a "La venida del Espíritu Santo", ambos en el Prado, son obras posteriores en su ejecución, lienzos en los que se deja ver no sólo la inspiración, sino la técnica de un gran maestro.
Durante las fiestas de Navidad nada mejor que recordar a este “ilustre olvidado”, hijo de nuestra tierra, enseña de uno de los periodos de la Historia de España en la que el arte floreció y en la que la Alcarria, por obra y gracia del destino, tuvo tanto que decir. Es justo sacar a la luz con la frecuencia que el hecho merece a nuestros personajes más representativos, de los que Guadalajara no está sobrada precisamente, aunque los pocos que son, como este “glorioso” cuya memoria hoy nos ocupa, llenan sobradamente la página correspondiente a esta tierra en el imaginario “Tratado de personajes ilustres” que han dejado profunda huella en el concierto universal del correr de los siglos.
Fue grande en su tiempo este alcarreño singular, hijo de padre milanés y de madre pastranera. Tanto la crítica, como la historia de la pintura española se encargaron de ponerlo en el justo lugar que le corresponde, en el de los pintores clásicos que podrían servir de modelo a generaciones posteriores. Reproducciones en miniatura de sus mejores cuadros las hemos visto con cierta frecuencia en tarjetas de felicitación y en sellos de Correos, aprovechando esas tiradas especiales que el Servicio pone en circulación temporalmente coincidiendo con las fiestas de Navidad, para lo cual se sirve de obras llevadas al lienzo por pintores famosos; y Mayno, alcarreño de Pastrana, es uno de ellos; tal vez uno de los hijos más universales que ha dado esta tierra, y para tantos de nosotros también de los más desconocidos y desconsiderados. Todavía recuerdo con dolor, el intento fallido de dar el nombre de "Pintor Mayno", a propuesta del claustro de profesores, a uno de los colegios públicos de Guadalajara, y que los miembros de la entonces todopoderosa Asociación de Padres, apoyados por los ínclitos que a nivel provincial sostenían las riendas de la Administración -pienso que por ignorancia, más que por mala fe-, se encargaron de tirar por tierra a cambio de otro nombre impersonal de los que nada dicen y que todavía conserva, lo que nos privó de colocar en el mundo de la cultura un piloto encendido a perpetuidad, que lo situase como merece un ilustre de nuestra tierra. Guadalajara, amigo lector, sigue en deuda con aquel genio del llamado Siglo de Oro.
Nació el pintor, como ya se ha dicho, en la villa de Pastrana, cuando en tiempo de sus primeros duques ésta vivía los más altos momentos de esplendor de toda su historia. Su padre, pintor milanés, fue uno de aquellos artistas que Ruy Gómez de Silva hizo venir a Pastrana para trabajar en sus fábricas de tapices y de sedas, así como en la decoración de iglesias y estancias nobles; se llamó también Juan Bautista, el cuál, acostumbrado a estas tierras donde tomó perspectiva su futuro, por lo mucho que todavía quedaba por hacer en la Pastrana de los de Eboli, casó con Ana de Castro, hija de lugareños de la villa, y de la que nació nuestro hombre, el pintor Mayno, el que nublando con su figura la buena fama de su padre, conseguiría entrar en la historia del Arte Barroco Español como una de sus más destacadas figuras, a pesar de que su obra no fuese tan abundante en cantidad como la de otros artistas de su tiempo, y aun posteriores, si bien en calidad fue superada por muy pocos, como puede apreciarse a la vista de los testimonios que todavía quedan, y de los que el Museo del Prado será tal vez el más afortunado como poseedor de cuadros de esta singular artista, al que seguirán a distancia los museos de Grenoble, San Petersburgo, y el convento de religiosas de su villa natal.
Como hijo que era de padre italiano, y habida cuenta de que en el mundo del arte desde los inicios del Renacimiento fue Italia la verdadera escuela en cualquiera de sus manifestaciones, y muy en especial en lo referente a las artes plásticas, de las que Florencia, Roma, Venecia y Milán, son a partir de entonces auténticos museos, no debe extrañarnos que su padre lo mandase, desde muy joven, a formarse en la Italia de los grandes maestros de donde él procedía. Allí tuvo contacto con la obra de los mayores genios de su tiempo, con la de Caravaggio y Gentileschi, por ejemplo, cuya influencia se habría de notar más tarde en algunos de sus mejores lienzos.
Debió regresar a España hacia 1610, pues un año más tarde, en 1611, cuando el pintor contaba treinta años, queda constancia de que trabajó en la catedral de Toledo, y poco más tarde en el convento de dominicos de San Pedro Mártir de la capital toledana, donde pintó el magnífico retablo mayor de su iglesia y tomó el hábito de la Orden de Santo Domingo en el año 1613. Felipe III lo llamó a la Corte en el año 1620, con el encargo de que fuese maestro de dibujo de su hijo, el futuro Felipe IV. Juan Bautista Mayno murió en el convento de Santo Tomás de Madrid en el año 1649.
Sobre algunos otros cuadros de temática palaciega, siempre al servicio de la corte del rey Felipe IV y de su valido el condeduque de Olivares, como pudiera ser "La recuperación de la Bahía de Brasil", hoy en el Museo del Prado, destaca en la pintura de Mayno el tema religioso. Fueron varios los encargos que el pintor recibió de iglesias y conventos, destinados a la ornamentación de retablos, donde se nos muestra con cierta inclinación al clasicismo, si bien, como nota personal aporta a su obra unos tonos claros que lo distinguen, hasta cierto punto impropios de la pintura de su tiempo.
El retablo del convento de Dominicos de Toledo y el de religiosas de Pastrana, de los que ya se habló, fueron trabajos realizados durante los años inmediatos a su regreso de Italia. Los lienzos en gran tamaño de la "Adoración de los Pastores" y de la "Adoración de los Reyes", sin duda los más conocidos de toda la obra del pintor, unidos a "La Resurrección" y a "La venida del Espíritu Santo", ambos en el Prado, son obras posteriores en su ejecución, lienzos en los que se deja ver no sólo la inspiración, sino la técnica de un gran maestro.
Durante las fiestas de Navidad nada mejor que recordar a este “ilustre olvidado”, hijo de nuestra tierra, enseña de uno de los periodos de la Historia de España en la que el arte floreció y en la que la Alcarria, por obra y gracia del destino, tuvo tanto que decir. Es justo sacar a la luz con la frecuencia que el hecho merece a nuestros personajes más representativos, de los que Guadalajara no está sobrada precisamente, aunque los pocos que son, como este “glorioso” cuya memoria hoy nos ocupa, llenan sobradamente la página correspondiente a esta tierra en el imaginario “Tratado de personajes ilustres” que han dejado profunda huella en el concierto universal del correr de los siglos.
¡Felices fiestas de Navidad!, y que el mensaje de paz que nos trae la obra pictórica del pastranero Juan Bautista Mayno, esté presente en nuestros hogares y en nuestras personas.
("La Adoración de los Reyes", de J.B.Mayno. Museo del Prado)
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